sábado, 12 de junho de 2010
Fútbol para gente de fé
Nada más adecuado para conmemorar un evento tan importante del deporte mundial, que articula nuestras más firmes identidades nacionales y místicas, que regarlo con este relato, que, estoy segura, ganará por goleada los corazones de nuestros futboleros de fé. A continuación, el cuento.
LLUVIA DE GOLES
por Luis Silva Schultze
Pachicho nació en 1943 en el barrio de Peñarol, al norte de Montevideo. Cuando cumplió los diecisiete años, comenzó a trabajar, a cien metros de su casa, en los talleres ferroviarios instalados por los ingleses, a mediados del siglo diecinueve. Casi a la vez que se escucharon los primeros silbatos de trenes uruguayos, y en esos mismos talleres, partió para la historia el club de futbol con el nombre de la barriada, cuyos colores, amarillo y negro a rayas verticales, copiaban las barreras de los pasos a nivel en las vías. Para Pachicho, esa camiseta de Peñarol, hizo de pañal y de pijama antes de usarla debajo de la túnica escolar, y más tarde sirvió como uniforme laboral martilleando en el techo de algún vagón. Nieto de esclavos y negro como el carbón de las viejas locomotoras, su corazón latía los domingos al repique de unos tamboriles candombeando por la tribuna del estadio, y como un jugador más, ese mismo corazón bajaba al césped a darle una mano a los suyos, corriendo con la pelota pegada al pie para que ella pudiera besar la red contraria. Su madre siempre decía que su hijo más que hincha de Peñarol, era él mismo Peñarol.
En las vacaciones de semana de turismo de 1964, Pachicho fue con algunos amigos a un campamento en el balneario de Piriápolis. El sábado, el día que llegaron, tuvieron que levantar la carpa bajo un fuerte aguacero, que se hizo más intenso con el correr de las horas. Habían llevado una cocinilla de gas para cocinar, pero por la lluvia torrencial, nadie se animaba a ir hasta el almacén para ponerle algo a la olla. Del travesaño horizontal que sostenía la tienda, colgaba una radio portátil japonesa. Los planes de jugar al futbol con una pelota de goma en la playa, y luego ir de noche a bailar con la música de Elvis, se tuvieron que cambiar por cuentos, historias y anécdotas que apenas podían entrar en aquél reducido espacio, muy cálido, pero donde ya aparecían las primeras goteras. Como si todo el grupo hubiera ido a un desierto, ninguno de los muchachos había llevado un paraguas o un impermeable.
El martes, aquella furia de la naturaleza había tomado tales proporciones, que nadie tenía dudas que el fin del mundo iba a ocurrir antes del Viernes Santo. Sin embargo, sorpresivamente, Pachicho preguntó si alguien lo acompañaba a rezarle a San Antonio para que Peñarol, al día siguiente miércoles, tuviera suerte en la final de la Copa de Campeones en Chile contra Independiente de Argentina. La estatua de San Antonio estaba, sin ningún techito de resguardo, en la cumbre del cerro que dominaba el lugar, a cinco kilómetros del campamento. Durante dos minutos hubo un gran silencio y todos miraban y escuchaban al viento lleno de agua. Pero para algo están los amigos, dijo finalmente el flaco Luis, y se levantó para ir a la vez que se ponía una gorra. A diferencia de Pachicho que tenía unas firmes creencias religiosas con aportes de animismos africanos heredados, catolicismos parroquiales en el barrio y espiritismos brasileros importados, Luis era un ateo que no creía que ninguna fuerza sobrenatural podía actuar sobre una pelotita que picara por aquí abajo en la Tierra. Pero conocía también el gran valor que tienen para la vida, la lealtad y la fidelidad en la amistad, tanto en las sequías de un desamor, como en las inundaciones del cielo.
Y allá iban subiendo los dos en busca del santo, más propiamente nadando que caminando. Pachicho, muy concentrado en la metafísica peñarolense, iba ya tratando de establecer las primeras conexiones con el más allá, mientras que Luis se iba preguntando, en la hipótesis de que Dios existiera, como se las arreglaría éste en el caso que algunos argentinos se empaparan igual que ellos por Independiente en algún cerro de su país.
Al fin, casi licuados, llegan al sitio sagrado. Era evidente que la ceremonia no se iba a suspender por lluvia. Pachicho se adelanta, y se arrodilla en un gran charco con olas sin espuma a los pies de la estatua, y comienza a implorar con los brazos extendidos, como si sostuviera un paraguas, en sentido contrario a como bajaba una catarata divina desde la cabeza del Santo. Mientras tanto, Luis, como no tenía donde guarecerse, no le quedaba más remedio que bañarse como Dios manda, aguardando que terminara el encuentro, espiritual y cromático, entre los amarillos y negros de por aquí abajo, con los colores divinos que sólo eran captados en el telescopio del alma de Pachicho.
Llegaron de vuelta a la carpa, tiritando, estornudando, mareados con las primeras fiebres, y empapando con sus ropas a los amigos que estaban bien calentitos, aunque sin ducharse. Pachicho y Luis se metieron inmediatamente en los sobres de dormir, enfermos pero con la satisfacción del deber cumplido, cada uno el suyo.
Al día siguiente, mientras seguía diluviando, todos escuchan el partido en el relato de Carlos Solé, que atravesando cordillera y temporal, aparecía milagrosamente por los pequeños altavoces japoneses. Pero esa voz, que tantas veces en ocasiones anteriores había traído la emoción de increíbles hazañas victoriosas, ahora anunciaba una dolorosa derrota: Independiente cuatro, Peñarol uno.
Nadie se animaba a hacer un comentario, pero de reojo todos miraban a Pachicho, más triste que sus antepasados con cadenas, y que, llorando, estaba tan mojado como el día anterior.
Hasta que Luis, aún sabiéndose inoportuno, pero sin poder aguantar la tentación, pregunta :
--- ¿ Para qué sirvió Pachicho lo de ayer si hoy nos metieron cuatro?
--- Suerte que fuimos flaco, sino nos hacían doce.
Lo prometido es deuda
Seguimos aguardando textos de los lectores para ir componiendo el tejido plural de este blog.
Un tango largo para Montevideo que se va
La ciudad con sus elementos desconocidos. Con sus momentos en que el hombre recién nacido no conoce su futuro. Lo espera. La incertidumbre de mecerse en una cuna construida de perspectivas. Todos le sonríen pero cuando el orín se pasee entre sus piernas no habrá nadie que cambie los pañales hasta el instante que las tenga irritadas, entonces un desconocido se acercará por piedad.
Asiste a una escuela donde utilizan la tiza para jugar a la guerra. En esas calles pisadas, pisadas, marcadas, marcadas de huellas invisibles, mira los zapatos desde abajo y los ve gastados, agujereados y tropieza con los chicles que lleva para dejarlos en las paradas de los ómnibus, allí espera otro zapato agujereado.
Avanza hacia las esquinas desconfiado de encontrar la jerarquía al final de la cuadra, y oye ruidos de pasos y es entonces que teme chocarse con el recién llegado, dobla y mira de soslayo, en guardia para pasar inadvertido.
Mientras los autos pasan acelerados, salpicando los pantalones, con un garaje como destino, el hombre llega pronto a su casa seca, afuera llueve torrencialmente.
Hace cola en la embajada, se lleva un refuerzo de mortadela y huele a ajo, pero qué importa, pasará frío y sueño, qué importa, tendrá augurosas expectativas, subirá a un avión repleto, tendrá hijos, cantará que veinte años no es nada y su mirada no será febril, retornará en un avión vacío, a una ciudad vacía, pero qué importa.
Y en el fondo se describe un cuadro de colores, hojas verdes, amarillas, rojas que vuelan hacia un cielo celeste mezclándose con los gritos de la muchedumbre, allí va sin pan en la valija, sin trampas, con la sola esperanza de un futuro mejor.
De la otra vereda algunos se quedan, ellos creen en el conejo blanco que recorrerá la ciudad sin mancharse, y sonríen.
Y al final, golpearás la puerta cerrada, mientras el portero estará ocupado leyendo una revista de Tarzán.
domingo, 4 de abril de 2010
Más de Abimorad: video Poema
La dirección es
http://www.youtube.com/watch?v=GeroEFwSDbI
(copien y peguen la dirección en la barra de direcciones para llegar a él)
Les recuerdo que este escritor uruguayo, del que ya hemos publicado otras cosas, tiene un site personal con sus trabajos, que desde ya los convido a que lo visiten:
Visite el site del escritor
http://www.abimorad.just.nu/
Abrazos, Verónica
Más de Luis Silva Schultze
Aunque Alfonso era muy amigo de Raúl desde hacía muchos años, nunca lo había visto trabajando como portero en el Hipódromo de Maroñas en Montevideo. En una tarde de domingo otoñal, y con el fin de conocer un ambiente distinto a los círculos universitarios en el que se movía habitualmente, Alfonso se acercó, por primera vez, a ver como corrían los caballitos. Para que Alfonso estuviera bien acompañado, Raúl le presentó a Carlos Rodríguez y a su hijo Federico, consumados especialistas hípicos y vecinos suyos en la calle Atenas de Piedras Blancas. Los Rodríguez eran dos gordos exactamente iguales con veinte años de diferencia. Vestían unos trajes oscuros, muy desplanchados, camisas blancas salidas un poco de las barrigas, corbatas chillonas con nudos enormes y desprolijos, y finalmente todo se remataba abajo con unos championes impecables y que eran lejos lo mejor del vestuario. Se pusieron a discutir en voz alta desde que se sentaron, a la vez que hacían bailar unos mondadientes, más por adorno que por higiene bucal. Sentado entre ellos, asombrado con la boca abierta, los ojos del flaco Alfonso con sus lentes enormes de miope, iban y venían de un Rodríguez a otro como si hubiera ido al tenis, y solo descansaban cuando aquellos consultaban el programa de carreras en el diario que cada uno llevaba. Éstos periódicos, enrollados con fuerza, servían también para señalar yeguas ganadoras y rubias despampanantes, para amenazar al otro con un martillazo impreso, o hacían de fusta como si fueran ellos los jockeys cuando se ponían de pie al final de las carreras. Éstas se iniciaban siempre en el lado opuesto a la tribuna de espectadores, y Alfonso en ese momento sólo veía una enorme nube de polvo que se levantaba, y no hubiera sabido decir si corrían ñus, cebras, gacelas o impalas. Sin embargo, sus acompañantes discutían por los milímetros existentes entre los hocicos.
---Senigalia salió primera con permiso de Potranca Hermosa.
---¡¿Qué tenés, las cataratas del Iguazú?!!!Es Supositoria que se va solita como los guapos de mi barrio!
No todos eran guapos en Piedras Blancas. Carlos Rodríguez tenía otro hijo, Sergio, dos años menor que Federico, muy delgado y llamativamente afeminado. Su padre no podía explicarse como la naturaleza le había obsequiado “con aquello”, justo a un macho como él, que en lugar de comprar miel la conseguía masticando abejas. Sergio nunca jugaba al futbol en los partiditos que se armaban frente a su casa, y prefería sentarse en los muritos con las chicas del barrio, que le confiaban sus primeros secretos menstruales, o bien sus preferencias entre los bravíos jugadores, que con los torsos desnudos corrían detrás de una pelota salpicada con sangre charrúa.
Un día, cansados y asustados por los rumores de los vecinos sobre la dudosa hombría de Sergio, y que peligrosamente estaban llegando al cercano hipódromo, Carlos y Federico, resuelven casar a Sergio con Roxana, una humilde muchacha del interior del país, que limpiaba desde pequeña en la casa y que siempre había soñado con formar un hogar en la gran capital. Lo de hogar iba a ser simbólico, porque a la flamante pareja les dieron para vivir un galpón destartalado y sin luz, atrás del hipódromo, que tiempo atrás había servido para bañar a los caballos. Raúl le contó a Alfonso, que seguía con interés el caso, que como él estaba pasando un mal momento económico, se le había ocurrido, como regalo, pedirle a un primo suyo, fotógrafo del diario El País, que incluyera gratis en la página de Sociales el nuevo enlace. De ésta forma, mientras los dos gordos orondos mostraban el recorte por todo Montevideo, ahuyentando los fantasmas que rondaban por sus testículos pensantes, Roxana le lavaba el pelo a Sergio, sentado en el pastito frente a su rancho paupérrimo, en el único contacto amoroso que disfrutaban. La idea del regalo fue un gran acierto, y acercó aún más a Raúl a la familia Rodríguez hasta hacerlo confidente, para luego contarle por carta los secretos a su amigo Alfonso, ahora radicado en Barcelona.
Meses más tarde, les llegó a los Rodríguez, para fin de año, una postal de Federico, desde las afueras de Milán, informando que trabajaba en una enorme finca cuidando caballos. Contaba que le iba muy bien, y agregaba al despedirse que iba a mandar un pasaje de avión para “ayudar a Sergio a salir adelante”.
Con el flamante Mercedes de su jefe, Federico fue a buscar a Sergio al aeropuerto, y al arribar a la finca, entró por la parte de atrás, zona que sólo él pisaba. Cuando llegaron al cobertizo, sin ninguna dificultad por la diferencia física entre ambos y por la sorpresa mayúscula, Federico derribó a Sergio al piso de tierra e inmediatamente le encadenó un tobillo a una cadena de cuatro metros que tenía preparada en un poste.
---Ahora me las pagarás todas, hermanito, todas. La vergüenza que tuve muchos años con tus mariconadas, te las voy a cobrar y bien cobradas, nenita. ¿Te acordás cuando le dijiste a mi amigo Antonio que con aquella camisa roja quedaba muy buen mozo y toda mi barra no paraba de reír? ¿Te acordás cuando todo el barrio me preguntaba si ya tenías novio? Aquí te voy hacer macho y nadie te va reconocer a la vuelta.
Pasados ocho meses se organizó una fiesta monumental festejando las bodas de plata de los dueños de casa. Federico no paró de ir a buscar invitados al aeropuerto y a la estación de tren que llegaban de toda Europa. Uno de ellos, el catalán Jordi, llegó solo, y por su manera de hablar y algunos gestos, el uruguayo pensó, “éste es igualito a mi hermano”.
De noche en el banquete, en pleno jolgorio, dos niños de diez años, se encaminaron hasta el fondo oscuro del interminable terreno ayudándose con una linterna que estaba colgada de la última puerta. Volvieron al rato llorando a los gritos y apenas articulando las palabras: “Hay un monstruo, hay un monstruo!! Tiene el pelo hasta la cintura y quiso caminar cuando nos vio pero no puede…es un monstruo encadenado!!”
Sergio estuvo internado en el hospital de Milán varios días para su recuperación física y sicológica. Jordi, que suspendió su vuelta a Barcelona muy impresionado por los acontecimientos, se sentaba en su cama para darle la mano a aquella calavera con suero, que, poco a poco, iba tomando los colores y los calores de la vida. Aquella calavera uruguaya-italiana, estaba pariendo un ser humano que nacía con veintidós años y ya con su primer amor a cuestas.
Desde Montevideo, un tiempo después, Raúl le mandó a Alfonso, la dirección que venía en el remitente de una carta de Sergio a su madre desde Barcelona. Otra vez, como en el tenis del hipódromo, los ojos de Alfonso iban y venían entre Sergio y Jordi, pero ahora, iban y venían compartiendo la alegría de la existencia.
domingo, 24 de janeiro de 2010
Léon Laleau
Encontré en la red estos poemas de Laleau, poeta haitiano nacido en 1892. Fue también abogado, lo que le posibilitó actuar en diversos sectores de la diplomacia, siendo uno de los responsables por el acuerdo por la no ocupación norte-americana en 1934.
Ganó varios premios literarios internacionales.
Trahison
Ce cœur obsédant, qui ne correspond
Traición
se corresponde con mi lengua y mis costumbres
que muerden, como una grapa,
los sentimientos y costumbres prestados de Europa
siente el sufrimiento y la desesperación
sin par de tener que domesticar con palabras de Francia
este corazón que me ha venido de Senegal!
Ce désir sauvage, certain jour,
aux gestes contractés de l'Amour,
Et de percevoir, sous les morsures
qui perpétuent le goût des baisers,
Les sanglots de l'amande, et ses râles!
Ah! vieux instincts inapprivoisés
De quelques ancêtres cannibales !
Caníbales
[Ese deseo salvaje, cierto día
De mezclar la sangre y las heridas
con los gestos contraídos del Amor
Y percibir, bajo las mordidas
que perpetúan el gusto de los besos,
los sollozos de la almendra, y sus estertores!
Ah, viejos instintos indomados
De aquellos ancestros caníbales.]
Dificilmente podríamos encontrar más clareza en el decir de un sujeto colonizado. Las voces sobrepuestas, las imágenes contrarias de civilizado y salvaje, el origen denigrado al fondo arcaico del canibalismo. Y que sin embargo, a pesar de desplazado, lo "salvaje" de Laleau consituye la fuerza creativa, fundadora de su decir. Bella imagen de lo inconsciente: al final, Freud también era judío, (el ídiche era su lengua doméstica) en una Alemania hostil.
En Laleau, la noción de lo africano como "salvaje", sabemos que no deja de ser parte del idioma del colonizador, que precisa construir, dentro de cada sujeto colonizado, su imagen de necesario civilizador.
Nos preguntamos: que puntos en común existen entre el discurso del colonizado y el discurso del emigrado, del refugiado, y aún del exilado? Estos cuatro discursos, a menudo se entrecruzan, y se confunden en un mismo sujeto. Señalan sin embargo diferencias substanciales en la posición del sujeto frente al Otro, y al modo particular en que se articula la resistencia.
Lafferrière se torna un escritor Americano, se exilia en una nueva identidad linguística para poder hacerle frente a la dictadura, instaurada sobre una colonización feroz. Laleau, en cambio, habla como francés. Interroga, desde esa identidad, sus raíces culturales supuestamente "salvajes", y dialoga con sus dos lenguas perforadas, mezcladas, canibálicamente, comiéndose una a la otra, ineludiblemente, dentro de un mismo sujeto. Lenguas que no son, evidentemente, simétricas en cuanto a su legitimidad y posibilidades de expresión, pero que, ejercen cada una, a su manera, su dominio. Laleau se reconoce, de alguna forma, francés, mientras reivindica su Otro matricial africano. Habíamos visto eso antes en Gelman, que crea islas dentro de la lengua: habla arcaismos en italia, ladino en España, español en Francia. De la Argentina él se va, no soporta el despertenecimiento de los que nada tienen, y vuelve a México.
Qué tenemos para decir los escritores por el mundo, los que alternamos, por un motivo u otro, por opción o por falta de opción, con lenguas, culturas, historias, creando a partir de esa polivalencia que nos constituye? Me gustaría crear un foro de debates, y saber lo que otros piensan a este respecto. Textos y opiniones serán bienvenidos!!
Marcadores: Léon Laleau (Haití 1892-1979)
domingo, 17 de janeiro de 2010
Dany Laferrière nació en Port-au-Prince, pero vivió hasta los 11 años con su abuela, en un pueblito bastante pobre distante de la capital, porque su madre tenía miedo de que él sufriese alguna represalia del régimen militar de Duvalier (Papa Doc), ya que su padre había sido exiliado debido a sus ideas políticas.
“La mayoría de mis amigos (y también yo) no conocimos a nuestro padre (muerto en la prisión o exilado). Fuimos educados por nuestras abuelas, nuestras madres y nuestras tías. Mujeres sin hombre. Niños sin padre. Duvalier pudo, de esa forma, hacernos creer que él era nuestro padre.”
“Vivíamos en un país donde todos los intelectuales (escritores, periodistas, médicos, ingenieros, abogados, poetas) ya habían estado presos (Fuerte Domingo), o expulsos en el exilio. Esos eran los que intentaban enfrentar a Papa Doc. Los otros permanecías ausentes de si mismos.”
“Nos encontrábamos solos, frente a la poderosa máquina de la propaganda de una de las dictaduras más corruptas del planeta. Papa Doc se ocupaba de nuestro espíritu (nos hacía creer que él era un ser inmaterial) e Baby Doc, de nuestro cuerpo (nos embutía de placeres)".
Cuando en 1976, uno de sus amigos periodistas es asesinado por la fuerza dictatorial, Dany huye a Montreal.
“yo soy un escritor americano que escribe directamente en francés, y no un escritor francófono. Como es que eso comenzó? Pues bien, es muy simple: cuando llegué a Montreal, como estaba solo, sin parientes ni amigos, tuve que trabajar en diferentes fábricas (y eso durante cerca de ocho años). Eso tuvo como efecto un cambio total en mi visión del mundo. Imaginen que en Haiti, vivía aún con mi madre y mis tías que se ocupaban de mí como si fuera un joven príncipe. A los veintitrés años, no solamente jamás había trabajado (si bien escribía las crónicas culturales de los diarios, y en la radio, lo que me daba un salario que me permitía pagar algunas cervezas con los amigos, comprar algunos libros, uno o dos discos e invitar alguna muchacha al cine). Nunca tuve ninguna responsabilidad, ni ningún sentido de la responsabilidad, me contentaba con ver a mi madre y a mis tías correr a diestra y siniestra para conseguir el dinero del alquiler, de la comida, o de mis ropas. Yo era, lo que se llama un intelectual del Tercer-mundo. Sobre todo libresco. El mundo material no existía para mí. Y la oportunidad de mi vida llegó cuando tuve que partir precipitadamente para Montreal en lugar de Paris, que era mi destino normal. Me torné un operario de la noche a la mañana. Yo no intentaré, de forma ninguna, hacer un elogio a la condición obrera, al contrario, fue horrible en todos los sentidos de la expresión. Pero esta situación nueva e incomprensible me permitió responsabilizarme por mi vida:
Me di cuenta felizmente que nadie sabía donde yo estaba en ese momento Yo no tenía más amigos Ni domicilio fijo. Mi vida estaba en mis manos.
Yo puse, bruscamente, los pies en la tierra. Que tierra? América. Un lugar donde es difícil fascinar a las personas con las fórmulas de la gentileza. Toda la cuestión era: que haces para vivir? Yo no era más, felizmente, un eterno estudiante (escritor a veces) que discutía la pareja Sollers/Kristeva (yo hablo de la época de Tal Cual) de madrugada en los bares llenos de humo del Quartier Latin. Cuando tomé la decisión de escribir un libro, ya había considerado el trabajo de escritor como la última oportunidad que tenía de salir de la fábrica, donde yo escribí: ‘Escribo para probar que no soy un perro’ (extraído de 'Esa granada en la mano de un joven negro es una arma o una fruta?') Los que se habían tornado mis dioses en esa época (Millar, Bukowski, Baldwin) son los tipos de la calle que habían introducido la calle en sus obras. A partir de ahí, las novelas francesas me parecieron desvitaminadas, tontas y ligeras a final de cuentas.
Si he escrito mi primera novela en francés, es apenas porque yo no conocía tan bien el inglés como para intentar esa experiencia. Casi todos mis libros son traducidos al inglés, además de que yo no soy prácticamente leído en Francia. Ni siquiera en aquella época del triunfo de la literatura antillana en la francofonía. No lo lamento, porque me tengo todavía el sueño de ser conocido en el mundo de la francofonía como un escritor americano que llegó a escribir en francés. "
Más referencias de este autor, e inclusive textos leídos con su propia voz, en la internet, dirección
Marcadores: 1953), Haiti: cronología de un derrumbe; Dany Laferrière (Haiti
domingo, 10 de janeiro de 2010
Hoy domingo, La Maga perdida como siempre en París, la belleza de una tarde de lluvia, la voz de Cortázar con su acento afrancesado. Todo conspira a favor del amanecer.
Capítulo 32: Carta de La Maga a Rocamadour
Es así, Rocamadour: En París somos como hongos crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en lo que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se duerme y el libro va a parar abajo de la cama, hay peleas terribles porque los libros no aparecen y Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día aparecen y nos reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro par de zapatos, Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar el tocadiscos, pero donde ponerlo si la mesa está llena de libros. Yo no te podría tener aquí, aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste. Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete ...
(Escuchen la lectura de este texto por el propio Cortázar, en http://www.youtube.com/watch?v=kPzbOXY1A1w&feature=related
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