domingo, 1 de novembro de 2009

 

Cuenta regresiva y La olvidadiza

Cuenta Regresiva

En mayo de 2009 recibí de una segunda madrepatria, ni siempre tan gentil, carta anunciándome que tendría, de ahí en adelante, nueva identidad. El intervalo de días entre esa comunicación y su acto jurídico correspondiente, me dejó varada en un puerto muy neblinoso, de dificultosa descripción. Pasé a perderme en las calles de una ciudad que ya conocía de memoria, y mi presencia física se especificaba siempre una hora antes o una hora después del conteo de todos los relojes. Cuando finalmente recibí el documento confirmé, como temía, que no traía en su lado opuesto un manual ilustrativo con los efectos biológicos y fisicoquímicos de esa transformación. Nadie supo decirme quien no era. Volví a casa con una especie de sentimiento odiseico. Como si hubiera viajado durante décadas por mares monstruosos y llegase finalmente a una Itaca donde, sin embargo, nadie me esperaba. Nadie, pero en fin, algunos fantasmas mal dibujados, me rodearon el asombro. Mi abuela probablemente, luminosamente reconocible por su columna de flores en coloración carmesí; las tías escondidas bajo apesadumbrados tules, exhalaban unánime disgusto por el exotismo del calor. Sólo la niña de capelina azul, bajada directamente del bus de mis crónicas adolescentes, parecía ajena a la maldad del sol. Fue la única que me apuntó, parsimoniosamente, el camino a seguir. Llegué a casa, prendí el micro, y escribí estos versos, “previamente llorados”, como dijo el buen maestro. Después vino el blog.


La olvidadiza

Yo tenía un país amarillento
un fugaz accidente geográfico donde poner el sol
cuando la verdad se me moría de verguenza
su luz era lejana pero ardía como lenta madera de descomposición
descomprimiendo las represas del verano bajo mis pies
o lloviendo de a ratos la luminosidad de las tardes invernales
las cenizas que restaban me pintaban los dedos de silencio
caducaban en una tierrita que se podía guardar
en apretadas cajitas de madreperla cuando nos lanzábamos al mar
como azules odiseos
el país era bello cuando el color venía y ponía una amapola granate
en la corona del sol
el corazón de mi gente se incendiaba de impaciencia
cuando cortaban sin permiso la cabeza de su rey
o ponían pasionarias en la punta de las cometas
para que volaran un poco más allá de las mañanas
nada más recuerdo de ese país de asombros
me olvidé del color de los jazmines en invierno
o el gusto de las tibias baldozas en febrero
tal vez se me han borrado de pura intermitencia
los edificios bajos las grises mediatardes
el muelle ensordecido de tiempo y lejanía
las soleadas placitas impasibles
la tibieza de oruga sempiterna
la simplicidad del pájaro andador
en los confines remotos de un verano

Porto Alegre, 2009

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